Métricas de inteligencia ciudadana: el impacto Do It Yourself (DIY)
Estamos convencidos de que, en la ciudad, la magnitud del movimiento Do It Yourself (DIY) es un excelente indicador de su inteligencia.
Mes a mes, vaya uno por donde vaya, se acrecienta la sensación de que las ciudades bullen de ideas, iniciativas, espacios, eventos y, muy especialmente, de personas que han decidido darse una oportunidad en forma de ponerse manos a la obra para cambiar las cosas. Desempleados que emprenden, profesores en permanente aprendizaje, chavales que descubren a sus padres nuevos caminos, arquitectos en proceso de rediseño personal, directivos abolicionistas de las jerarquías, ingenieros en humanidades, funcionarios intra-emprendedores, periodistas que se autocuestionan… la lista de sorpresas y de cambios es larga.
En un post que publicamos con motivo del “Etopia maker show”, explicábamos las razones que llevan a una ciudad para promover el movimiento DIY. Defendíamos que debía ser ser la gran punta de lanza de la ciudad para que la ciudadanía fuese más libre, más autónoma, más cooperativa y más emprendedora. En otro post reciente hablábamos de la necesidad de crear más incubadoras de empresas, centros de co-working y espacios de innovación. El lugar físico importa. Engrandece a las comunidades que se relacionan en la república independiente de la red.
La sensación de que día a día aumenta el número de personas que se creen capaces de cambiar su trozo de mundo está ahí: el cambio de mentalidad se palpa. Sin embargo, nos preguntamos si es posible medir cuantivamente esta sensación.
Una posible métrica es el número de espacios públicos y privados de innovación en la ciudad, que ha crecido notablemente en pocos años. En paralelo, la oferta de eventos se ha incrementado en cantidad y calidad. Lo anterior, lejos de saturar la demanda, la ha disparado. Basta pasarse por cualquiera de ellos para comprobarlo. A menudo las plazas de los talleres se agotan en cuestión de unos pocos días, a veces en cuestión de horas. La actividad en la red sigue el mismo patrón: facebook, twitter, blogs de innovación, webs, apps… se producen y consumen contenidos innovadores en todas las direcciones y a todos los niveles.
Siguiendo un paralelismo “ágil”, la ciudad es hoy en día una gran suma de historias de usuarios activos. Una suma sin cuantificar pero que no para de crecer. Y muchos estos usuarios son niños. Cada vez hay más colegios donde se realizan actividades extraescolares de tipo “maker”: scratch, arduino, robótica… Se crean espontáneamente comunidades en este ámbito y comienza a haber un cierto tejido empresarial. Este verano, 150 chavales participarán en Zaragoza en las primeras colonias urbanas tecnológicas ETOPIA_KIDS, diseñadas por David Cuartielles, co-inventor de arduino. ¿Qué impacto social y económico ejercerán estos chavales sobre la ciudad donde vivan dentro de 15 años? Fácil de aventurar, imposible de medir.
A pesar de no resultar tarea fácil, nuestra obligación es tratar de adoptar un enfoque profesional y seguir dándole vueltas a posibles maneras de cuantificar esta sensación de que la ciudad se está transformando y que lo está haciendo, sobre todo, a partir de pequeños-grandes cambios en sus habitantes. Hay que cuantificar porque, después de todo, debemos rendir cuentas, y además hacerlo de manera abierta y transparente.
Sin embargo, mientras le damos vueltas al doble problema de encontrar las métricas adecuadas de la inteligencia ciudadana y de cómo cerrar este post, una idea salvadora nos viene a la mente.
Y es que, pensándolo bien, las sensaciones no se miden… se disfrutan.
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