De innovación cívico-tecnológica y la vacuna contra el Ébola
Recientemente la OMS ha anunciado el hallazgo de una posible vacuna contra el virus del ébola, con una eficacia (antes de las pruebas definitivas) cercana al 100%. Este éxito pone de manifiesto los dos frentes de lucha contra la enfermedad. Uno, el hospitalario, en campo, en terribles condiciones en la mayoría de los casos, destinado a paliar la expansión del virus y a atender a sus víctimas. Otro, entre bambalinas, con equipos de investigación distribuidos en diversos laboratorios por el mundo, trabajando en la vacuna que pueda prevenir futuros brotes. Curación y prevención son dos caras de la misma moneda, una se realiza por profesionales sanitarios en campo; la otra, por investigadores en el laboratorio.
Salvando las enormes distancias, la situación de crisis como la que las economías del Sur de Europa hemos sufrido admite algún paralelismo. Han sido los servicios sociales de las diferentes administraciones, las ONGs, quienes en campo han atendido la situación de emergencia social, en condiciones muy complicadas y con menguados recursos. Profesionales con el perfil y la formación para lidiar con la difícil tarea de atender los dramas de la calle.
Pero los servicios sociales no son la única arma con que nuestra sociedad cuenta para enfrentar los problemas sociales y económicos. El público conoce bien herramientas como las políticas científicas y educativas, las universidades e institutos de investigación, o los ‘tradicionales’ polos tecnológicos o industriales. A ellos se han sumado una tupida red de centros de innovación civico-tecnológica que las ciudades han ido poniendo en marcha y que también trabajan por el mismo objetivo social, desde el lado menos visible de la prevención. En nuestra ciudad, Zaragoza, Etopia y Zaragoza Activa quizás son los dos buques insignia de esta red de centros, de la que también forman parte CIEM Zaragoza, CIEM Delicias, Las Armas y, en el futuro, la Harinera de San José. A nivel nacional, destacan Medialab Prado en Madrid, CityLab de Cornellá, Barcelona Activa, Tabakalera en San Sebastián, La Laboral en Gijón… por citar solo algunos ejemplos.
Los artistas, programadores, mediadores culturales, arquitectos, ingenieros, emprendedores, artesanos, así como el personal que ha puesto en marcha y que gestionan estos ecosistemas municipales de innovación cívico-tecnológica, son gente comprometida con nuestras ciudades y con la emergencia social y económica que sufren desde el inicio de esta crisis. Sacarnos cuanto antes de la crisis, y evitar las consecuencias de crisis futuras, son tareas comunes a toda la comunidad que pivota alrededor de estos centros. A este respecto, viene al caso la anécdota de Kennedy entrando un día en las instalaciones de la NASA y preguntando al conserje en qué consistía exactamente su trabajo, a lo que el conserje contestó, sin inmutarse: ‘Consiste en mandar al hombre a la Luna’.
Los dos informes de generación de riqueza acerca del impacto de un centro de innovación como CIEM Zaragoza muestran que lo que los emprendedores de su comunidad ingresan a las arcas públicas equivalían en 2012 a lo que un Ayuntamiento como el de Zaragoza destina a ayudas al alquiler social y a las becas de comedor. Lo único a lamentar, por tanto, es no haber dispuesto de más recursos y de no haber llegado antes. De haber sido así, estamos seguros de que nuestras ciudades hubieran enfrentado mejor esta crisis y los servicios sociales lo hubieran tenido un poco menos difícil.
Por eso, hay que perseverar en la tarea de hallar el remedio que nos inmunice contra futuras situaciones de este tipo. Es cierto que, posiblemente, todavía dicha vacuna esté lejos, pero creemos saber por dónde buscar: en primer lugar, necesitamos un cambio en el modelo productivo, apostando por actividades económicas de alto valor añadido. En segundo, una decidida apuesta por dotar de herramientas a nuestros ciudadanos, a nuestros envejecidos Ayuntamientos y a nuestras empresas para afrontar los cambios más cruciales de nuestra época: la globalización y la tecnificación. Quien busque explicaciones a esta crisis fuera de la debilidad de nuestro sistema productivo se equivoca. La crisis hipotecaria y financiera se ha cebado con las economías débiles, de la misma manera que el ébola asoló algunos países de África y apenas tuvo impacto en los países con sólidas infraestructuras sanitarias.
Los habitantes de nuestras ciudades no han de tener menos oportunidades que los ciudadanos de otras latitudes, y por eso se busca que los programas formativos, especialmente para niños, que se diseñan e imparten en estos centros no tengan nada que envidiar a otros que puedan desarrollarse en cualquier otro lugar, aun con la escasez de medios ya mencionada. Y, en una renovada defensa de lo público, tampoco es bueno que nuestros Ayuntamientos se queden atrás. No está escrito en ningún sitio que unas instituciones tan decisivas deban ser menos innovadoras que cualquier otro ayuntamiento de Europa o que cualquier empresa. Por eso, muchos de estos centros son puerta de entrada para subvenciones europeas destinadas a modernizar y sostener nuestras infraestructuras, y no sólo digitales, sino también de movilidad, medio ambiente, vivienda o saneamiento.
Por último, y dado que es sabido que una economía local fuerte, innovadora y diversificada nos protege mejor como ciudad, en este tipo de centros de innovación cívico-tecnológica, las pequeñas empresas y los emprendedores encuentran un acceso más fácil a servicios de primer nivel destinados a apuntalar esas aventuras de emprendimiento tan necesarias para la salud social y económica de nuestras ciudades.
En resumen. Seguimos trabajando.
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