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La economía circular de las ideas

En Madrid existe un barrio llamado La Prosperidad (“la prospe”), y en Barcelona otro llamado “Prosperitat”. Como sabían ya nuestros abuelos cuando migraron desde el campo a mitad del siglo XX, las ciudades son generadores de “prosperidad” (con sus desigualdades, diferencias e imperfecciones). Ocurre que, a medida que la población urbana aumenta (y ya somos más de 3.500 millones) surgen nuevos problemas que es necesario afrontar, como la contaminación, la inseguridad (fruto de la combinación entre desigualdad y proximidad), o la movilidad. Cuando aplicamos la tecnología para buscar soluciones hablamos entonces de “Smart Cities” o “Ciudades Inteligentes” (aunque aplicar el adjetivo “inteligente” a un lugar habitado por multitud de seres humanos no sea sino alimentar un monumental oxímoron).

La inteligencia de las ciudades la prueba el hecho de que éstas siempre han sido generadores de soluciones para nuestros problemas más acuciantes: ofrecieron seguridad en la Edad Media, propagaron el virus emancipador de la Ilustración, y representaron la esperanza del ascensor social durante la revolución industrial. Con cada oleada de nuevos habitantes, tuvieron que ingeniárselas para lidiar con nuevas dificultades derivadas de la concentración de población: primero fueron los sistemas para la conservación, almacenamiento y distribución de agua y alimentos lejos de sus centros de producción. Después, las redes de saneamiento. Finalmente, las grandes infraestructuras viarias para conectar los centros de trabajo con las zonas residenciales, siguiendo un modelo “zonificación” y de expansión urbana tan insostenible medioambientalmente como empobrecedor de nuestra vida ciudadana.

Uno de los padres del concepto “Smart City” es William J. Mitchell quien, en su anticipatorio libro “E-Topia”, avanzaba que, por vez primera, y gracias a una gestión urbana “inteligente”, estaríamos en condiciones de apurar las oportunidades que nos brinda el presente sin comprometer por ello el futuro de nuestros descendientes. La dificultad del reto es enorme: ese camino hacia un mejor futuro que representan las ciudades se está traduciendo en países como China, India o Kenia en el surgimiento y ensanchamiento de una nueva clase media urbana. La mala noticia es que, a mayor nivel económico, los humanos consumimos más cantidades de recursos.

La economía circular, al situar reciclaje, la reparación y la reconfiguración en el centro de los procesos productivos, constituye una solución viable a los augurios de Mitchell en el terreno energético, probablemente el  más decisivo, aunque no el único, en el que las ciudades desempeñan su papel de productores de soluciones innovadoras para nuestra sociedad.  Las ciudades “tontas pero eficientes” se concentran exclusivamente en la recogida selectiva y reprocesado de residuos. Sin embargo, las ciudades inteligentes (afortunadamente casi todas), reciclan y reconfiguran cosas muy variadas; entre ellas, muebles, edificios y solares. El reciclaje y la reparación tienen externalidades positivas en el hábitat urbano, pues estimulan la economía local mediante la transferencia de fondos al entorno urbano cercano que, de otra manera, escaparían al exterior.

Sin embargo, el problema energético no es el único al que nuestra sociedad se enfrenta hoy en día. En el año 1 tras Trump y el Brexit, y 10 años después del estallido de la crisis nuestras sociedades occidentales se hallan en la antesala de una colosal crisis democrática que sólo podemos encarar ejerciendo una ciudadanía más consciente. A este respecto, Richard Sennett, subraya, en “Juntos. Placeres, rituales y políticas de cooperación” que, la reparación, la reconfiguración y el reciclado no sólo nos relacionan mejor con los objetos y artefactos, sino que la comprensión de su funcionamiento nos permite proyectar nuestra creatividad hacia sus nuevos usos y avanzar hacia una plena “ciudadanía”.

Como quiera que vivimos en una sociedad urbana y digital, comprender a fondo el funcionamiento de las cosas, sean programas de ordenador, dispositivos electrónicos, sistemas de transporte o “hubs de innovación”, es condición necesaria para poderles dar una nueva vida. Comprenderlas, no como un mero usuario, sino como un potencial ciudadano reparador. El código abierto no se limita a facilitar el manual de instrucciones, sino que permite analizar cómo están construidas las cosas, evaluar posibles fallos y proponer soluciones que la comunidad evalúa y, eventualmente, acepta. Este tipo de procesos es consustancial con la “reparación”, y la reparación, como advierte la genial urbanista Jane Jacobs en su libro “Economía de las ciudades”, nos sitúa en la antesala de innovar. Los centenares de talleres de reparación de automóviles en el Detroit de los años 1920, la época dorada en la que aquella ciudad fue capital de la innovación, mutaron en las grandes fábricas automovilísticas que llevaron a esa ciudad al apogeo económico 50 años después.

Reconfigurar nos lleva un paso más allá. La reconfiguración de un objeto conlleva una cierta apropiación del mismo, algo que no es posible en los sistemas operativos privativos. Con el espacio público pasa algo parecido. El proyecto “Salford Quays”, en las afueras de Manchester, supuso una de las mayores operaciones urbanísticas de la pasada década en el Reino Unido: alrededor del cuartel general de la BBC, una serie de teatros y museos, sus envidiables riberas, centros universitarios de vanguardia, y usos residenciales constituían la mezcla ideal hacia la diversidad y auguraban un distrito vibrante. Sin embargo, el sistema tenía un “bug”: la propiedad del espacio a pie de calle era privada; nada que no estuviese debidamente autorizado y programado ocurría en él. Acabada la jornada laboral, el falso espacio público languidecía.

Reconfigurar es, además, una forma de resistencia inteligente contra la obsolescencia programada. El proyecto Vitalinux parte del amplio conocimiento que el equipo de migración a software libre del Ayuntamiento de Zaragoza ha acumulado durante años para manejar reconfiguraciones de equipos a gran escala. Conocimiento que, combinado con las capacidades tecnológicas del Gobierno de Aragón y el entusiasmo de muchos profesores ha permitido reconfigurar desde software privativo a software libre y, con ello, alargar la vida útil a más de 2.000 Tablets PC y ordenadores de centros educativos de Aragón. El proyecto de código abierto Vitalinux es un claro ejemplo de economía circular tecnológica.

Volviendo al ámbito de las ciudades, éstas están atrapadas en una especie de “espiral de la innovación”. Cada vez es necesario producir soluciones innovadoras más rápido, a medida que la concentración urbana aumenta y las ciudades ganan terreno a los estados como sujetos de organización política. Este fenómeno no es ajeno tampoco al hecho de que los Ayuntamientos son las administraciones más cercanas al ciudadano, y representan la manera más accesible de que las ideas ciudadanas puedan materializarse. En los últimos años, las ciudades se han convertido en verdaderos campos de experimentación de nuevas soluciones en el ámbito de la política, la energía, la movilidad, o la tecnología. Una economía circular de las ideas sería aquella que impide que las ideas de la ciudadanía se conviertan en deshechos, persiguiendo su aprovechamiento para ser materializadas en el ámbito urbano. “100 IDEAS ZARAGOZA” es el programa que desde “Etopia. Centro de Arte y Tecnología” hemos lanzado para evitar que las ideas de la gente sobre eso que llamamos la Ciudad Inteligente vayan a la basura.

Si consideramos la ciudad como una red cuyos nodos son sus habitantes, su valor (V) puede aproximarse por la Ley de Metcalfe (la misma que rige el valor de cualquier red social y de comunicaciones, desde Facebook a Whatsapp), proporcional al cuadrado de su población (N).

V = K x N2

Nuestra ciudad, Zaragoza, tiene en la ciudadanía más formada y participativa de su historia su principal activo. Que las ideas de la ciudadanía se pierdan significa devaluar nuestro potencial como ciudad. Un lujo que no nos podemos permitir.

Nota: artículo originalmente aparecido en Blog ZAC. Agradecimientos a Ecodes y a los compañeros y compañeras de Zaragoza Activa.

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