Alumbrado inteligente, sensible y con “sentido”
El diseño de sistemas de alumbrado inteligente pone de manifiesto algo que comentaba hace tiempo, en un post titulado “Smart Cities: sentido y sensibilidad”: a la hora de desplegar nuevas soluciones tecnológicas en nuestras ciudades, hay que ser cuidadoso en no poner el “cerebro” (software) antes que la “sensibilidad” (los sensores) y, especialmente, que todo esto no fuera en contra del “sentido” (el factor humano y social).
Los ingenieros tenemos una fe casi ciega en la tecnología, hasta tal punto que tenemos tendencia a pensar antes en la solución que en el problema. Hace un par de años di un taller de “Smart Cities sin tecnología” en San Sebastián. Diseñamos un sistema de atención temprana a personas de avanzada edad usando a los tenderos del barrio como “vigilantes”, que ponían pegatinas rojas o verdes en el escaparate en función de que estas personas hubiesen o no pasado por la tienda en su rutina habitual, para proporcionar al asistente social del barrio, en su paseo diario, un “cuadro de mando” en tiempo real.
La semana pasada, en el curso de un taller en Budapest impartido por Per Boesgaard, del Ayuntamiento de Copenhague, discutimos de nuevo sobre las ventajas de un enfoque socio-tecnológico a la hora de abordar los proyectos de Smart Cities. Un ejemplo es el alumbrado, un servicio público en constante evolución tecnológica, y que, como cualquier servicio “smart”, se compone de cuatro bloques principales: actuadores, sensores, red de comunicaciones, e inteligencia (software).
De los serenos al alumbrado inteligente
Lógicamente, los primeros actuadores de la “smart city” fueron humanos. En el caso del alumbrado, los serenos. Más tarde, llegaron los actuadores mecánicos, accionados de manera manual, como una llave de paso en una tubería, o un interruptor en una luminaria. Centrándonos en el alumbrado público: un siguiente paso en la evolución tecnológica consistiría en la automatización de los actuadores, por ejemplo, con un sistema de temporización que, a las 8 de la tarde, encienda el alumbrado de un determinado sector de la ciudad, y a las 8 de la mañana lo apague. Ocurre, sin embargo, que la duración del día y la noche varía a lo largo del año, por lo que una optimización del sistema consistiría en conectar el apagado y el encendido del alumbrado con un sistema sincronizado a con las variaciones diarias en el ocaso y el orto (amanecer), evolución tecnológica habitual en nuestras ciudades durante la pasada década. Esto ahorró una significativa cantidad de energía (y dinero), mejorando el servicio de iluminación.
Hasta aquí la “automatización”. A partir de aquí, podemos pensar en la “sensibilidad” y en la “eficiencia”: con el sistema anterior, en días nublados, quizás no estén las calles al amanecer suficientemente iluminadas. Qué duda cabe que la instalación de sensores de intensidad lumínica puede ayudar a proporcionar una mejor iluminación, independientemente de la hora y de la meteorología. Y que la inversión en luminarias y reguladores de tecnología LED permite una mayor eficiencia energética y un mejor control de la intensidad de iluminación. Sensorización y tecnología LED conforman es el estado del arte tecnológico hoy en día en materia de alumbrado inteligente.
Mirando al futuro cercano, la instalación de sensores de presencia podría incluso permitir una iluminación “personalizada”, como en el caso del proyecto “Smart Kalea” de San Sebastián. Si toda esta información proveniente de los sensores se combinara con la sincronización en base al ocaso y al orto, y dicha combinación resultante sirviera como base para actuar sobre reguladores de intensidad lumínica, tendríamos un sistema de alumbrado público, no solo “inteligente”, sino también “sensible”, en la línea, por ejemplo, de las investigaciones llevadas a cabo en el “Senseable City Lab” del M.I.T.
Alumbrado de código abierto
Sin embargo, el punto de vista tecnológico no suele ser suficiente para abordar las problemáticas urbanas. Por una razón simple, y es que el sistema más importante de la ciudad es el sistema social, formado por individuos y grupos de una asombrosa variedad, con intereses, necesidades, problemas y gustos diferentes y, a menudo, sorprendentes. A la hora de planificar la iluminación de un espacio público – por ejemplo, un parque- puede resultar inspirador contar con los grupos de interés: las familias quizás estén interesadas en una iluminación que proporcione seguridad para cruzar el parque, mientras que los adolescentes quizás prefieran una iluminación más discreta, especialmente en ciertas zonas, franjas horarias, o días de la semana. Los residentes, finalmente, pueden necesitar una iluminación suave en las horas de descanso nocturno pero sólo en aquellas luminarias cercanas a las viviendas.
Es posible que, un proceso de mediación social con los mencionados grupos de interés, combinado con una cierta tecnología, diese como resultado un mayor nivel de satisfacción general con el alumbrado inteligente de nuestro parque que un sistema autónomo equipado con los últimos avances tecnológicos. Con la tecnología podemos aspirar a dotar a nuestros servicios públicos, como máximo, de “inteligencia” y “sensibilidad”, mientras que, si introducimos algunos rasgos del “código abierto” (accesibilidad, inteligibilidad, capacidad de ser reconfigurados por la comunidad) y, gracias a la participación cívica, podemos dotarles también de “sentido”. “Sentido” y “sensibilidad”, por tanto, requieren de la integración de ambas visiones: la tecnológica y la social o ciudadana. Por eso, los ayuntamientos están empezando a promover espacios y programas de co-creación, en los que los diferentes agentes urbanos trabajan en el diseño de ciudad colaborativo. Un camino, el de la co-creación de servicios públicos, que todavía está en sus inicios, pero que cuenta con una importante línea de financiación a nivel europeo. Estamos seguros, por tanto, que de aquí a poco tiempo, el “sentido” se habrá introducido en el diseño de nuestras “smart cities”, y que ello contribuirá de forma decisiva a su desarrollo.
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