Reciclaje: código abierto vs obsolescencia programada
El reciclaje se ha convertido en un acto tan cotidiano en nuestras ciudades que ya casi no nos detenemos a pensar en el valor de la capacidad de reparar o de dar un nuevo uso a lo que no sirve. En un tiempo en el que generamos y desechamos todo a velocidad endiablada, creemos que cada vez más procesos urbanos van a orbitar en torno al concepto de reciclaje en sentido amplio. Veamos por qué.
Sostenibilidad, creatividad e innovación.
Empecemos por tres de los grandes. Dice William J. Mitchell en, “E-Topia”, su visionaria obra sobre las “smart cities” que, por vez primera, y gracias a una gestión inteligente de la densidad urbana, estamos en condiciones de vivir un presente lleno de oportunidades sin comprometer por ello el futuro de las próximas generaciones. Profecía, la de Mitchell, que difícilmente se puede cumplir dejando el reciclado a un lado. Y Richard Sennett subraya, en “Juntos. Placeres, rituales y políticas de cooperación” que, la reparación, la reconfiguración y el reciclado son tres conceptos que nos relacionan mejor con los objetos y artefactos, pues nos permiten comprender cómo funcionan y proyectar nuestra creatividad hacia sus nuevos usos. Y remata Jane Jacobs en “Economía de las ciudades”, mostrando cómo a menudo la economía urbana se ha desarrollado a partir de simples talleres de reparación que, mediante técnicas y soluciones innovadoras, han acabado creando y fabricando objetos e incluso industrias enteramente nuevas. Así surgieron, por ejemplo, las fábricas automovilísticas en Detroit de 1920, la época dorada en la que aquella ciudad fue capital de la innovación.
No solo cartones, plásticos, vidrios o pilas
Las ciudades “tontas pero eficientes” se concentran exclusivamente en la recogida selectiva y reprocesado de residuos. Sin embargo, las ciudades inteligentes (afortunadamente casi todas), reciclan y reconfiguran cosas muy variadas:
- colectivos como “Basurama”, investigan las posibilidades que los desechos urbanos tienen para dar forma a nuevos espacios ciudadanos,
- iniciativas como “Esto no es un solar” reconfiguran solares vacíos para usos públicos
- artistas como Ben Wilson convierten pacientemente los chicles pegados en la calle en pequeñas obras de arte, a menudo cargadas de sentido y relacionadas con el entorno y las pequeñas historias de sus habitantes.
El reciclaje tiene, además, un impacto positivo en el hábitat urbano, estimulando en muchos casos la economía local al transferir fondos al entorno urbano cercano que, de otra manera, escaparían al exterior.
Resistir contra la obsolescencia programada
Reconfigurar es, además, una forma de resistencia inteligente contra la obsolescencia programada. El caso del reciclaje de ordenadores nos da una buena medida de ello. Migrar un ordenador a software libre alarga su vida útil y constituye una excelente terapia contra el envejecimiento prematuro al que las actuaciones de los sistemas operativos propietarios, voraces en recursos de memoria y procesamiento, someten a nuestras máquinas.
Hay también barrios enteros en nuestras ciudades programados para no durar más de unas pocas décadas (un instante en la escala de tiempo de las ciudades). Viviendas construidas en los años 50 con evidentes problemas de habitabilidad y con un prohibitivo rendimiento energético para muchos de sus ocupantes. Sin duda, el parón de la construcción de nuevos barrios y los altos costes energéticos van a favorecer proyectos de rehabilitación de este tipo de edificios. Los marcos de colaboración público-privada que se establecerán para llevarlos adelante serán más sanos que las dinámicas de recalificación-compra-venta-promoción de los “años del ladrillo”. La cualificación de la mano de obra será mayor, lo cual impulsará, a su vez, el reciclaje de obreros de la construcción que nunca tuvieron el incentivo suficiente para adquirir habilidades nuevas.
La obsolescencia prematura de capas de población
La obsolescencia o decadencia programada de los barrios y de los centros de las ciudades no es, por tanto, irreversible, como no lo es la puesta en fuera de juego de amplias capas de población como los ni-nis, los parados de larga duración, o los jubilados y pre-jubilados que tienen cada vez más dificultades para asir este mundo líquido y cambiante.
Al igual que rehabilitar espacios y locales sin uso forma parte de las preocupaciones (y ocupaciones) centrales de un creciente número de arquitectos, cunden los ejemplos de programas de realfabetización digital, algunos de ellos realizados gracias a material tecnológico reciclado. El resurgir de la cultura “maker” o “DIY (Do It Yourself)” está trayendo los oficios de vuelta, generando espacios donde el conocimiento de los prematuramente excluidos del mundo laboral puedan ponerse a disposición de los que aprenden por primera vez. En algunas ocasiones, estos espacios de “rejuvenecimiento” son viejas fábricas reconvertidas en centros de innovación, en una curiosa reversión contemporánea del proceso “del taller de reparación a la industria de fabricación” que Jane Jacobs considera como uno de los motores de la economía urbana. Si esto es cierto, es decir, si de los talleres actuales crecerán las manufacturas del futuro, sean cuales sean, podemos augurar un buen porvenir en nuestra era digital a un puñado creciente de ciudades-taller. Aunque solo sea porque, en ellas, sus gentes, barrios, edificios y objetos, parezcan empeñados en seguir resistiendo.
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Es muy bueno este sitio, les felicito. Me interesa algun conocimienton mayor sobre innovacion, claro lo que dice J. Jacobs es muy importante, de ella solo he leído: Las ciudades y la riqueza de las naciones, en Perú es muy dificil encontrar sus otras obras. Muchas gracias.
Gracias Fernando, nos alegra tenerte como lector. Puedes encontrar también las obras de Jane Jacobs por Internet. Por nuestra parte, seguiremos difundiendo este tipo de ideas y escribiendo sobre cómo diseñar ciudades más abiertas y participativas. Un abrazo desde este lado del Atlántico.