Rasgos de una ciudad de código abierto
El doble desafío, político y económico, al que se enfrentan nuestras maltrechas sociedades, puede tener respuesta desde las ciudades, pues en ellas se concentran los grandes silos de talento y potencial innovador. En un contexto fuertemente competitivo entre ciudades que pugnan por atraer inversiones, talento e innovación, no existe una única respuesta a la doble crisis que nos azota, sino que cada ciudad busca, consciente o inconscientemente, su oportunidad teniendo en cuenta su ser, sus fortalezas y sus capacidades. De todas las respuestas posibles nos interesa la que, bajo la denominación de “ciudad de código abierto” fija la riqueza en el territorio empoderando a la ciudadanía y a las empresas para que ambas, a su vez, se generen a sí mismas oportunidades usando las infraestructuras urbanas de manera inclusiva, abierta y cooperativa.
Mucho se habla últimamente de ciudad de código abierto, y no siempre de manera diáfana y comprensible. El concepto trasciende lo meramente tecnológico para impregnar una manera de “hacer ciudad” o, más exactamente, de “reconfigurar la ciudad” ya existente para mejorarla. Algunos rasgos que indican el grado de “apertura” de los proyectos, iniciativas y programas que lleva a cabo la ciudad pueden ser los siguientes:
1) Roles y comunidad. Los proyectos de código abierto sostenibles se basan en la comunidad. La comunidad que participa en el proyecto de transformación urbana puede adoptar uno de los siguientes roles:
- desarrollador del núcleo del proyecto, participando en la programación de líneas de trabajo y encargándose de su producción
- contribuyente activo que sugiere y lleva a cabo actividades, eventos, formación, etc dentro de las líneas de interés del proyecto
- participante o usuario crítico. Asiste a las actividades de manera regular y propone cambios o demanda de manera constructiva nuevos eventos, líneas de programación, etc.
El ciudadano es, además, libre de adoptar uno u otro rol según sus intereses o capacidades, y también según el programa. Un usuario que participa en un taller puede impartir en otro momento una sesión formativa o proponer y producir su propia línea de contenidos. Se debe potenciar que los usuarios den saltos entre roles al compás de su crecimiento personal y profesional, siempre y cuando el producto de esta colaboración mantenga los mismos principios abiertos.
2) Herramientas o infraestructuras. Nos referimos a las redes, centros de innovación, datos, espacios públicos, dispositivos y software al servicio de la ciudadanía.
Tan importante es poner herramientas potentes a disposición de la comunidad como formar en su utilización. La apertura por sí misma no garantiza la inclusión. Sin una buena formación y servicio podemos estar sustituyendo las barreras evidentes que suponen las licencias o permisos de utilización por la barrera invisible del conocimiento. Un programa o lugar cuyo uso público está restringido por una norma no es necesariamente menos inclusivo que uno que solo pueden usar quienes poseen grandes conocimientos técnicos.
3) De productos y servicios. En la ciudad de código abierto el trabajo y el valor añadido se reconocen y retribuyen. Después de todo, estamos tratando de resolver un desafío también económico. El modelo de negocio de código abierto considera al servicio tanto o más importante que el producto: formación, asesoramiento, análisis, desarrollo, implantación, pruebas, dinamización, comunicación… A ser posible de manera replicable y reconfigurable por terceros. Podemos resolver así elegantemente una aparente contradicción ética y económica, la de apoyar a las empresas locales sin recurrir al proteccionismo. Veamos por ejemplo el caso de los negocios sobre datos abiertos. Si promovemos inteligentemente un ecosistema innovador local en el mundo de las apps o los servicios sobre datos propios, estaremos ayudando a crear negocios locales que puedan competir en un mercado global de creciente tamaño. Si nuestra ciudad trabaja a fondo la apertura de datos es probable que a nuestras empresas y desarrolladores les vaya bien en el futuro cuando otras ciudades emprendan ese camino. Si somos de las primeras en promover la extensión del movimiento “maker” tecnológico en los colegios (Arduino, Scratch, robótica, etc), es probable que las empresas y monitores que impartan los programas formativos tengan oportunidades de replicar sus experiencias en otros lugares que implanten programas similares. No cerramos nuestro pequeño mercado local a la gente de afuera, sino que abrimos potenciales mercados globales a la gente de adentro.
En nuestra idea de transformar la ciudad hacia esta idea todavía algo vaporosa de “ciudad de código abierto” estamos al principio del camino. A la idea en sí le hemos ido sumando durante estos últimos años algunas potentes herramientas y recientemente hemos abierto el taller. Hay, además, un número creciente de gente dispuesta a colaborar en el proyecto. Ya podemos, por tanto, empezar a trabajar en los primeros prototipos.
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