Place Matters
La cuestión de la relevancia de “lo físico” en un mundo fuertemente virtualizado no es nueva. En efecto se trata de un planteamiento recurrente desde hace años entre las reflexiones de sociólogos, filósofos tecnólogos y urbanistas. Incluso el cine ha acometido a su manera ésta metáfora llevada al extremo en películas como Matrix y sus secuelas, donde uno no sabe muy bien si lo que ve es real o forma parte de una realidad programada e insertada en el cerebro de los seres humanos.
Pero más allá del cine y de ejemplos extremos, puesto que la tecnología facilita y multiplica el contacto en tiempo real entre personas de todo el mundo, nos hacemos una y otra vez la pregunta de si sigue siendo importante el lugar, y como consecuencia de ello, si se pueden diseñar espacios y ciudades más apropiadas para la innovación, objetivos éstos en el centro de la agenda política, o mejor dicho, en el centro de la dialéctica política.
Para intentar responder a esta pregunta debemos plantearnos quizá, cuáles son los ingredientes necesarios para la innovación. Coincidirán conmigo en que uno de los más importantes son las personas, que con el perfil adecuado, han de llevar a cabo la misma. Un lugar determinado puede contar con esas personas o puede adquirirlas, bien a través de procesos de transformación a largo plazo o bien, importando el talento necesario. De esta manera uno podría pensar que para crear una ciudad de la innovación, basta con dotar de los recursos necesarios que conciten esa masa crítica de personas de carácter innovador.
Pero como apunta Innerárity con acierto en “la democracia del conocimiento“, la innovación no es algo que ocurra de forma planificada, algo que se pueda prever o programar, ya que si así fuese, no estaríamos hablando de innovación. La innovación está en lo imprevisto.
Otro de los ingredientes recurrentes en la no-fórmula de la innovación es el mestizaje de ideas, el intercambio de culturas, o dicho de forma vulgar, “el roce”. Este hecho ha formado parte de manera invariable de todos los momentos de mayor esplendor de la historia de la humanidad, desde Babilonia, hasta Grecia, Roma, Constantinopla o el Bagdad de la edad media por poner unos ejemplos. Además, en todos los casos ha sido la ciudad el escenario de desarrollo de la innovación. Alguna pista vamos teniendo.
La concentración de gente con conocimiento multidisciplinar que proviene de diferentes lugares, sigue siendo hoy uno de los ingredientes comunes de los principales lugares de innovación de todo el mundo. Éste hecho refuerza la idea de la innovación como proceso social.
Por otra parte, y para añadir mayor confusión, el “atractivo urbano” no es un denominador común de estos grandes hubs de innovación. Desde luego no lo es del principal y más conocido de todos, Silicon Valley.
Con todo este planteamiento y asumiendo de partida que no existe una fórmula que asegure la eclosión de un ecosistema de innovación, lo que pretendo poner de manifiesto en este post, es que me parece importante potenciar desde lo público, y en concreto desde la administración local que es la que mejor lo puede hacer, todas aquellas acciones que, atendiendo a la realidad local, traten de maximizar las relaciones entre las comunidades de perfil innovador, que en mayor o menor medida, existen en todas las ciudades. Me refiero a que, desde los ayuntamientos, podemos dotar al desarrollo urbano y a los nuevos equipamientos, de la visión necesaria para crear entornos propicios en los que pueda saltar la chispa que genere una cadena virtuosa de desarrollo de actividades de carácter creativo e innovador. Siguiendo con Innerarity, “Los procesos de conocimiento necesitan determinadas infraestructuras, y por tanto, se realizan en un lugar”.
No tengo ninguna duda de que la materia prima inicial estará formada por agentes locales, puesto que es ilusorio pensar que en un entorno digamos “joven”, se produzca de partida una fuerte atracción de ocupantes foráneos. La ventaja competitiva debe construirse a través de la comunidad local. Y es el espacio, el lugar, un “intercambiador” que puede disparar el proceso de generación de masa crítica local y de conexión con otros lugares y gentes interesantes de todo el mundo.
Por último, parafraseando a William J. Mitchell en eTopia, en el siglo XXI seguiremos necesitando ágoras que no siempre serán lugares físicos. Pero aun con todo, la idea de “espacio público” seguirá siendo crucial, puesto que las diferentes comunidades seguirán necesitando de espacios físicos o virtuales, o seguramente una combinación de los dos, para la conexión e interacción entre sus miembros. Eso sí, lugares libres de acceso y de expresión.
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