¿Qué le pasa al autobús que ya no me habla?
¿Qué le pasa al autobús que ya no me habla?
En un futuro esta frase tendrá sentido y la falta de interacción con los servicios ciudadanos será tan obsoleta como imaginar que un smartphone se “cuelga” de algún sitio.
Actualmente la tecnología va empapando poco a poco las ciudades. Cada vez tenemos más elementos de la ciudad conectados, ya sea el transporte público, los edificios, los suministros, los servicios e incluso el mobiliario urbano, pero no siempre ha sido así, ni se quedará en esto.
Antes de la expansión de las comunicaciones, ya era necesario tener una medición exacta del funcionamiento de los servicios. El mundo era offline porque no existía otro modo. Después se conectaron en movilidad, con voz, después con datos y finalmente con conexión permanente.
Una vez que los entornos públicos tuvieron cada vez datos más abundantes y precisos, se generó una fuerte demanda de los mismos, no sólo como un requisito de transparencia, también para interaccionar con el entorno, pudiendo tener en forma de datos abiertos, las infraestructuras, el funcionamiento de los servicios, las afecciones en la ciudad y la cartografía.
A la vez se generó una fuerte demanda de datos abiertos a la que las administraciones tenemos que dar una respuesta cada vez más amplia. No sólo como un ejercicio de transparencia sino para fomentar que el tejido innovador pueda crear desarrollos que los utilicen. El transporte cada vez expulsa menos humo y emite más datos.
Además del progreso en los servicios públicos, en el entorno privado tanto empresarial como particular, cada vez encontramos más dispositivos conectados. Ya no estamos al principio. Los contenidos empaquetados en fundas de discos nos llegan en streaming. El comercio online y offline se confunde y se mezcla. Y ya no concebimos usar un navegador para llegar sólo a un lugar, queremos saber qué vamos a encontrar allí. Esto nos impactó en la oficina, en la educación, en el hogar, el vehículo y finalmente en el propio cuerpo mediante dispositivos wearables.
Así que tenemos dos mundos que van avanzando paralelos pero todavía no han decidido unirse: Los servicios públicos cada vez más parlanchines y nuestro entorno cercano cada vez con más direcciones IP.
Pero no se hablan y estos dos mundos tienen un nexo común: tú.
En Zaragoza estamos desarrollando una Tarjeta Ciudadana que actúa como vínculo digital entre los vecinos y la ciudad. No sólo los servicios públicos tradicionales para su uso, también permite que centros públicos o privados ofrezcan sus servicios y permitan mejores ofertas según su situación social.
Pero esto no es suficiente. Es necesario un mayor nivel de interacción.
Los servicios públicos han de volverse interactivos, reaccionar al pulso de las ciudades: cambiando rutas, reforzando, parando y flexibilizando sus servicios, también reaccionando a las necesidades de cada individuo a su situación.
Las administraciones permitiendo que los reglamentos que regulan los servicios incorporen esta interactividad, por ejemplo flexibilizando las redes de transporte público para permitirles competir y complementarse con transporte entre particulares.
Y finalmente la tecnología en manos de** los ciudadanos** no sólo ha de servir a los intereses que los fabricantes o distribuidores plantearon en su inicio, ha de hacerse de forma abierta para permitir que “hable” con el resto de la ciudad.
Estandarización
Todo esto se enfrenta a varios retos.
- Generosidad en el planteamiento: Es mejor algo útil que algo propio.
- Coste inicial: El ahorro es rápido, pero la inversión necesaria es inmediata. El dinero habla.
- Estandarización: de que sirve inventar la rueda si luego no encaja en el carro. Conjuntar las ideas entre distintas iniciativas y seguir estándares abiertos es necesario para lograr la viabilidad a largo plazo.
- Implantación de IPv6
Esto nos aproximará a una sociedad en la que el entorno público sea parte de Internet de tus cosas.