La colonización del dato
El pasado 28 de Mayo fuimos invitados a hablar sobre nuevas infraestructuras de ciudad en el “Meet & Talk Congress 2015” que, organizado por la Wonderware, congregó a más de 200 especialistas del sector de la automatización industrial y las Smart Cities.
Empezamos hablando de la relación entre urbanismo y tecnología, una relación tradicionalmente de subordinación. Los urbanistas echaban mano de los ingenieros para completar su obra: decidido nuestro lugar de residencia, trabajo o entretenimiento, los ingenieros civiles pusieron asfalto para movernos, los eléctricos iluminaron las avenidas, los ingenieros de producción organizaron las industrias, los telecos nos echaron encima una capa ubicua de conectividad. Hasta ahí todo en orden.
Sin embargo, algo se torció para los urbanistas e ingenieros clásicos el día que decidieron hacer caso a pensadores como Manuel Castells y Richard Florida y crear las condiciones para que en las ciudades florecieran las llamadas clases creativas. Con el viento de popa gracias una disruptiva infraestructura, Internet, y al creciente atractivo de lo urbano, la generación de nuevos emprendedores tecnológicos que empezó a despuntar en los albores del milenio hoy ha desembocado en gigantes como Google, Amazon, Facebook, AirBnB o Über.
Recientemente, Über se dirigió al Ayuntamiento de Boston para ayudar a sus técnicos en la gestión del tráfico. El pasado verano, los efectos del turismo ‘low-cost’ de AirBnB amenazaron el normal discurrir del estío en el casco viejo barcelonés. ‘Google transit’ podría dejar obsoletas muchas inversiones en sistemas de tráfico inteligente (ITS).
Facebook conoce con quién nos relacionamos, Amazon registró una patente para enviarnos el próximo libro antes de que lo compremos y, dado su aplastante dominio logístico, pretende comenzar a vender productos frescos a pie de calle. Es, además, uno de los principales lobbistas para una favorable regulación de los drones. Razones de sobra para que los técnicos municipales que gestionan el transporte (qué decir del taxi), el pequeño comercio, o la hostelería, se empiecen a hacer algunas preguntas: urbanistas e ingenieros perdemos pie en la gestión de nuestras queridas viejas infraestructuras.
Y no somos los únicos. Detrás de los servicios ‘low cost’ o gratis de estas grandes corporaciones se oculta una transacción económica de enorme relevancia: el valor de nuestros datos, del suyo y del nuestro, querido lector. Como señala Mozorov, a cambio de servicios relativamente triviales hemos cedido gustosamente nuestra privacidad. El círculo virtuoso de la colonización del dato está en marcha: deme sus datos gratis que a cambio yo le venderé productos. Primero entregue sus datos, luego su dinero. Y con ambos, alguien desde un lugar remoto modelará la ciudad en que usted vive, y puede que no le guste lo que vea.
Si es cierto que vivimos en el tiempo de las ciudades (que lo es, y lo decimos aproximadamente una vez en cada post), también lo es que vivimos en la época de los nuevos amos de Internet, y que ambos fenómenos están, como hemos visto, estrechamente relacionados. Anticipamos que ambos protagonistas de esta nueva era, ayuntamientos y gigantes de Internet, deben empezar a entablar un tipo de diálogo más fructífero para los primeros, aunque solo sea para poner pie en pared ante la colonización del dato.
La defensa del interés público entraña en estos tiempos también la defensa de la privacidad del individuo, alertando contra los riesgos que supone la cesión informada o no de derechos, regulando el uso de los datos de nuestros ciudadanos por terceros y salvaguardando la autonomía operativa de nuestros servicios públicos. No es posible poner diques insalvables ni duraderos ante la nueva economía, ni parece razonable hacerlo. Pero sí parece sensato establecer ciertas condiciones para que la prestación de servicios como Über o AirBnB se realicen de acuerdo a ciertos principios propios de estas latitudes, y para que parte de esos beneficios tributen localmente.
En el caso de los datos, la tendencia es a una mejora sostenida en la calidad y cantidad de los datos abiertos en poder de las administraciones públicas. Es lo que llamamos open data, y se trata de un gran avance en aras de la necesaria transparencia. Sin embargo, en el terreno económico todavía no tenemos evidencias sólidas de que los datos abiertos generen sólidos negocios. Así lo hemos comprobado en Zaragoza, una de las ciudades con más y mejores catálogos de datos abiertos, y donde de los más de 200 proyectos de emprendimiento que han pasado por las incubadoras públicas el uso de los datos abiertos no ha pasado de ser testimonial. Ello no quiere decir que los datos no generen nuevos negocios. Google, Facebook, Amazon y compañía basan sus negocios en los datos, solo que en su caso no se trata de datos de cosas (como el open data de las administraciones) sino de millones de personas que generan datos muy variados y a gran velocidad. Es lo que se llama Big Data.
Abogamos porque el diálogo entre iguales al que hacíamos referencia incluya, por tanto, el uso del Big Data para generar valor económico y valor social a nivel local. Las incubadoras de start-ups contienen emprendedores ávidos de ideas nuevas de negocio que pescar en esa gran cazuela de sopa que es el Big Data, y los institutos de investigación pueden usarlo para poner su ciencia al servicio de la resolución de desafíos en el ámbito de la energía, la salud, la alimentación o la gestión urbana.
En OYC tenemos algunas ideas prácticas en este sentido. Se trata de desarrollar nuevas infraestructuras que permitan integrar y conectar el Big Data de terceros con el tejido emprendedor y científico local para buscar ese retorno mutuo en puestos de trabajo y avances en calidad de vida. Ideas que esperamos tener la capacidad de ir desarrollando en el futuro.
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