La invención de Néstor
Zaragoza ha sido testigo recientemente de la apertura de “Etopia. Centro de Arte y Tecnología.” Situado en Milla Digital, el distrito de innovación de la ciudad, Etopia es un centro global de creatividad, emprendimiento e innovación en la ciudad digital. Su gran fachada de LEDs ilumina desde hace unos meses el espacio público de la ciudad con contenidos generados por diversos artistas, Néstor Lizalde entre ellos.
Tarde-noche de Todos los Santos. Suena el móvil. Hay que ir a la Milla Digital. “Ha llamado Néstor, las alarmas de Etopia están sonando. Hay también un coche de policía.”
Veinte minutos después llegamos al lugar. Hay dos policías, un par de compañeros, un grupo de vecinos paseando a los perros, y Néstor Lizalde, artista multimedia zaragozano. Parece que ha sido todo una falsa alarma. Algo ha debido de disparar la sirena anti-incendios. Reseteamos el cuadro de alarmas y todo vuelve al silencio. Con otro miembro del equipo damos una vuelta por el edificio para asegurarnos de que todo está tranquilo. Antes de salir, nos pasamos por el taller de Néstor para despedirnos. Se levanta un momento y vuelve a encorvarse sobre el ordenador desde el que maneja la inmensa fachada de LED, un gran faro digital que da la bienvenida a todo aquel que entra desde el oeste a Zaragoza. Por los cristales de su cuarto vemos los faros de los coches pasar. Un poco más allá, las luces de la vecina estación.
“La invención de Hugo” es una magnífica historia de Brian Selznick sobre un niño que habita en los cuartos de máquinas del reloj de la estación parisina de Montparnasse. Desde su escondite, Hugo maneja el reloj, se asegura de su puntualidad, lo repara, y se afana además, noche tras noche, en poner en marcha el autómata que su padre no pudo terminar.
La presencia invisible de Hugo, allá arriba en su altillo, se transmite a través de las agujas del reloj omnipresente de la estación, el sitio al que alzan la vista los viajeros cuando llegan o parten a sus trabajos o a sus viajes. De igual manera, todo el que pasa delante de Etopia al anochecer alza la vista hacia la inmensa fachada digital y hacia sus mensajes e imágenes, ignorando quién la enciende, quién chequea que ninguna tira de LEDs falle, quién va creando los primeros contenidos, y quién desarrolla minuciosamente un sistema para que otros creadores puedan también mostrar sus obras a todo el que pasa.
Los dispositivos que componen el espacio público digital quizás no difieran tanto de los artefactos que configuraron el espacio público de las ciudades en otras épocas de la historia. Al fin y al cabo, son personas las que están detrás de las complejidades, sean autómatas o software, y por eso, junto a la profesionalidad y al talento, para llevar a cabo grandes empresas es necesaria una cierta dosis de empecinamiento casi irracional. Con estos ingredientes Néstor ha ido afinando, a lo largo de los últimos meses, el interfaz sobre el que otros artistas pueden desarrollar, a su vez, sus propias invenciones.
En la estación de Montparnasse de principios de siglo XX, “La invención de Hugo” fue una novelesca empresa individual. “La invención de Néstor”, casi 100 años después, se ha convertido ya en una visible realidad colectiva.
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