Cuando hablar de reforma agraria y de software libre es hablar de lo mismo
La idea de este post surge de una conversación mientras viajábamos por algún lugar de la provincia de Huesca. Se discutía en el auto sobre la necesidad de apoyar que el conocimiento en software libre saliera de las grandes empresas e instituciones públicas y se difundiera a PYMES, autónomos y ciudadanos de cualquier edad. Asociado a lo anterior, se discutía la necesidad de dotar con fondos públicos a esos programas de difusión del software libre, de movilizar recursos públicos (personal, centros de innovación, centros cívicos) para dicho objetivo. Y se discutía, también, de cómo justificar ante una sociedad a quien, en su mayoría, todo esto le es ajeno, que una parte de sus impuestos se dedicaran a esta tarea.
En ese momento, en la radio del auto el locutor anunció que se iba a entrevistar a alguien implicado en “la reforma agraria en Colombia”. No conozco bien el tema, pero tuve la sensación de que hubiéramos podido apagar la radio en ese punto sin necesidad de muchas más explicaciones, y hubiéramos comprendido solo con esa frase, “la reforma agraria en Colombia”, lo esencial del asunto: explotaciones de tierra gestionadas por multinacionales, a menudo externas al país, que ocupan a mucha gente con salarios bajos, con escasa cualificación y nulas perspectivas de mejora.
Hubiéramos imaginado el intento de invertir ese proceso, otorgando “soberanía” al campesino local en una primera fase, que permitiera mejorar progresivamente el nivel de vida, cualificación y educación de las comunidades locales. Con un progresivo dominio de mejores herramientas y tecnologías en el cultivo de la tierra el producto iría aumentando de valor. Así, el último peso, en lugar de acabar en la cuenta de una gran corporación, acabaría en el bolsillo del campesino, quizás incluso reinvertido en las comunidades locales.
España, en el ámbito TIC, es un país fundamentalmente de usuarios de tecnología. Nuestra raquítica política de I+D+i tiene en las TIC uno de sus paradigmas más desalentadores. Liberalizamos un monopolio público y liquidamos con él la única organización con cierta potencia investigadora (algunos aún recordamos con nostalgia el nivel de la Telefónica I+D de los 80) sin recibir a cambio un impulso privado investigador ni remotamente comparable al que existía antes. No tenemos fabricantes de referencia en equipamiento TIC. Solo grandes empresas de software y servicios que usan, en último término, plataformas de multinacionales extranjeras. Es fácil saber así adónde va el último dólar, el último euro, y no es de extrañar los comparativamente bajos salarios de los profesionales del sector TIC español. Muchos, consecuentemente, han comenzado a emigrar, empobreciendo de talento el escuálido ecosistema de innovación nacional.
Los desarrollos libres son un componente de la política de innovación que pueden ayudar a revertir esta tendencia. Asientan el conocimiento en el territorio, generan valor en el entorno, otorgan una mayor autonomía a los profesionales que trabajan en ellos y permiten un mejor control de calidad del producto debido, precisamente, a la transparencia de las tecnologías y procesos utilizados.
Si hiciéramos una encuesta dentro de la gente involucrada en los movimientos ciudadanos por la mejora del mundo a pequeña y gran escala: cooperación al desarrollo, economía verde, economía social, etc, estamos seguros de que 9 de cada 10 “entrevistados” aportarían dinero para una campaña que abordara realmente el problema de la reforma agraria en Colombia. El otro, probablemente aportaría también su tiempo y conocimiento.
Evidentemente, queda un largo camino por recorrer en materia de comunicación y de comprensión de lo que las tecnologías libres suponen para nuestro desarrollo.
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