Inteligencia colectiva, datos urbanos y co-creación
La semana pasada fuimos invitados por la organización de Smart City Expo Latam a compartir en Puebla (México) nuestra visión y experiencia acerca de cómo conectar la inteligencia colectiva al diseño de ciudad, mediante los datos urbanos y las dinámicas de co-creación de nuevos servicios y espacios públicos.
La historia que compartimos fue la siguiente:
Nuestra ciudad, Zaragoza, de 700.000 habitantes, es una ciudad media, quinta de España en población, con más de 2.000 años de historia. Hemos conocido guerras, sitios, pestes y hambrunas. A pesar de la reciente crisis, nunca nos ha ido tan bien como hasta ahora. El gran salto demográfico de Zaragoza se produjo en dos fases: en los años 60 gracias a la emigración interior y, a principios del siglo XXI gracias a la emigración exterior, en buena medida procedente de Latinoamérica. La inmensa mayoría de los que vinieron a Zaragoza lo hicieron por un sueño: prosperidad. Idénticos sueños que en el resto de ciudades a lo largo y ancho del globo.
Las ciudades se han portado razonablemente bien con los que vinieron del campo o del otro lado del mar en busca de oportunidades, a juzgar por la evolución de la esperanza de vida global y el nivel de urbanización, dos magnitudes que avanzan en paralelo desde principios del siglo XX. A grandes rasgos, pues, podemos decir que las ciudades han resultado un gran invento. Un gran invento no exento de imperfecciones, o bugs. Muchos de estos bugs son producto de la concentración demográfica, y otros derivan de una inadecuada planificación urbanística. Las ciudades, de una u otra manera, se las han ido arreglando para encontrar soluciones a medida que se les han ido planteando problemas. Las infraestructuras y servicios que hoy tenemos son el producto más visible de estas innovaciones. Lo que hoy llamamos comúnmente smart city es, pura y llanamente, el uso de medios digitales para resolver algunos de estos problemas.
El éxito de las ciudades ha generado la paradoja de la clase media. Veamos: aunque 1 millón de personas viviendo en una ciudad (aún en las ciudades mal planificadas) consumirían muchos menos recursos que ese mismo millón de personas viviendo en el campo (a igualdad de servicios), ocurre que cuando la gente emigra a las ciudades desde el campo su nivel de vida aumenta. Las ciudades, en los países en desarrollo, son grandes generadores de clases medias. Aumenta el nivel de vida, y aumentan los recursos per cápita. Las sociedades cazadoras y recolectoras de la antigüedad consumían 300 W equivalentes de recursos al día. Los humanos de clase media consumimos 11.000 W equivalentes de recursos al día (algo más si vivimos en el medio rural, algo menos si vivimos en una gran ciudad). Las ballenas azules consumen 63.000 W de recursos equivalentes de recursos al día. Sin embargo, se estima que hay unas 4.500 ballenas azules en el planeta frente a 7.000.000.000 de personas, es decir, somos 1.555.000 veces más numerosos que las ballenas azules para un consumo per cápita de sólo 6 veces inferior. Con estas cifras, no es de extrañar que uno de los conceptos en boga sea la economía circular: una economía de cero residuos. Para no ser víctimas de su propio éxito, a los Ayuntamientos, principales entes gestores de las ciudades, no queda más remedio que promover la búsqueda de soluciones innovadoras.
Pero para ello, hay que comprender cómo se produce la innovación en las ciudades hoy en día. La gente, independientemente de su nivel de estudios, siempre ha tenido un alto potencial innovador. Es lo que llamamos “la inteligencia colectiva”. Como en las ciudades hay más densidad de gente que en otros lugares (perdonen la tautología), las conexiones de esa inteligencia colectiva aumentan, y con ello las probabilidades de que surjan ideas interesantes. Ocurre, además, que nuestra sociedad es la más formada e informada de las historia, gracias a la extensión de la educación universal y a Internet. Por parte de los Ayuntamientos, tan necesitados de buenas ideas, sería de locos no aprovechar la coyuntura.
La “inteligencia colectiva” no puede dirigirse, pero puede facilitarse, y puede conectarse con la gestión y la planificación urbanas. Es lo que hacemos en el Laboratorio Urbano Abierto de Zaragoza a través de programas como “100ideasZGZ”. Los acueductos, los sistemas de transporte metropolitano, o las redes de fibra óptica, fueron decisivas innovaciones planificadas “desde arriba”. Estos sistemas pueden mejorarse y enriquecerse con el concurso de la ciudadanía comprometida con su ciudad mediante las dinámicas de co-creación. O, directamente, pueden crearse otros diferentes. En el Laboratorio Urbano Abierto modelamos, por ejemplo, una innovadora infraestructura digital: la tarjeta ciudadana de Zaragoza. Usamos dinámicas de design thinking, metodologías ágiles, o pensamiento lean start-up para crear nuevos servicios sobre ella. Las mismas técnicas que también nos sirven para ayudar a rediseñar el patio de un colegio, una red de aparcabicis o un sistema de conexión entre consumidores y productores de alimentos ecológicos. En el Laboratorio Urbano Abierto hemos acuñado el concepto de “La economía circular de las ideas” para transmitir que no nos podemos permitir el lujo de que las ideas de la ciudadanía con más talento de la historia se desperdicien.
Como hemos dicho al principio, el imaginario colectivo no precisa, en lo fundamental, de indicadores. Cuando el científico de datos Geoffrey West halló, tras copiosos estudios de datos de un sinnúmero de ciudades americanas, que vivir en una población con el doble de habitantes confería un 15% más de oportunidades (económicas, laborales, culturales, etc) a sus moradores, más de 3 mil millones de individuos ya se habían dado cuenta. No obstante, a la hora de plantear la resolución de retos urbanos, como hacemos en el Laboratorio, es conveniente situar, a la altura del imaginario colectivo, los datos en abierto. Zaragoza posee un amplio y rico catálogo de datos abiertos, y ello permite equilibrar, a la hora de buscar soluciones innovadoras, la subjetividad (necesaria), con la objetividad (imprescindible).
Sin embargo, los datos en poder de los ayuntamientos representan sólo la punta del iceberg, hay todavía mucha materia y energía oscura en el universo de los datos. Empresas de energía, de telecomunicaciones, de transporte, los nuevos gigantes de Internet, o los mismos bancos, poseen información valiosa sobre el funcionamiento de las ciudades que, con la ayuda de la comunidad científica podría servir para solucionar problemas. Aunque la responsabilidad sobre el funcionamiento de las ciudades es de los ayuntamientos, la gestión de la ciudad es, en beneficio mutuo, compartida. Este planteamiento puede abrir un prometedor escenario futuro: el encontrar espacios donde compartir conocimiento entre todos los agentes que gestionan la ciudad. De este modo, y de la mano de la ciudadanía, podríamos resolver los nuevos retos que el desarrollo urbano plantea.
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